La IA: Derecho o Privilegio
El Alma de los algoritmos: por qué la inteligencia artificial debe ser un derecho y no un privilegio
Junio 2025
Escribo estas líneas desde mi país Colombia, un lugar donde muchas veces la electricidad es un milagro, donde la señal de internet todavía se busca en las esquinas como si fueran tréboles de cuatro hojas, y donde, sin embargo, los jóvenes ya preguntan si ChatGPT puede ayudarlos a escribir su hoja de vida. Esta entrada al blod de Humain no es solo una reflexión sobre máquinas que aprenden, sino que se esforzará en la defensa del derecho a imaginar un futuro mejor, con la ayuda de esas mismas máquinas. Porque la inteligencia artificial no debe ser una herramienta exclusiva para quienes tienen títulos, tarjetas de crédito y oficinas con vistas, la IA debe ser como el agua: clara, accesible, útil para todos. No puede ser solo un lujo de Silicon Valley ni una novedad en un laboratorio de Harvard. Es una nueva forma de alfabetización, y quien no la tenga, quedará fuera de la conversación. Se trata de DEMOCRATIZAR la IA para todos.
Estamos en una etapa de alfabetización: hace más de un siglo, aprender a leer y escribir era un privilegio. Hoy, no saberlo es una condena al silencio. Lo mismo ocurrirá con la IA, no basta con poder usarla como quien toca botones al azar, hay que entenderla, cuestionarla, conocer sus sesgos, sus trampas, sus luces. Alguien dijo una vez: “la ignorancia también mata, pero lentamente y sin titulares”. En este caso, puede borrar oportunidades de estudio, de trabajo, de pensamiento.
En Harvard, el uso de IA hoy se permite a medias, con duda, con cierta preocupación, pero se observa detalladamente con lupa para no quedarse atrás. Les preocupa pero les atrae. Esto es porque la IA tiene la capacidad de seducir que viene con el sabor de las revoluciones. En Princeton, se acepta con reservas. En Oxford, la abraza y la declara como parte de su presente. En todos los casos, se le trata como a un estudiante nuevo o nueva: brillante, pero aún no del todo confiable. Es momento de ganar confianza, porque, en general, las grandes universidades no la rechazan; la están educando. Les emociona pero no lo dicen a viva voz. De aquí que el mensaje entre líneas es claro: llegó para quedarse. Y los que no entren en esta nueva conversación, serán simplemente ignorados.
Pero entonces, ¿Qué pasa con nuestras escuelas públicas donde aún se imprimen talleres en fotocopias borrosas? ¿Qué pasa con el muchacho de Soacha o de Chigorodó, que aún cree que la IA es solo ciencia ficción? En este limbo habita el silencio de los gobiernos sudamericanos que dicen mucho, pero poco hacen por entrar en la carrera de la tecnología así sea pensando a largo plazo. Es donde la competitividad tan estudiada en las prestigiosas escuelas de MBA evidencia la brecha entre países como Colombia, Ecuador, Perú y Estados Unidos, China, Francia, entre otros.
Mientras los algoritmos avanzan como ríos desbordados, muchos gobiernos siguen debatiendo si se debe regular, permitir, frenar o aplaudir. En los Estados Unidos, se han lanzado políticas que intentan equilibrar innovación con seguridad. El gobierno actual abrió la llave a la IA para no quedarse atrás en la carrea fría armamentista de la tecnología. En Israel, el Estado lidera una cruzada para enseñar IA en colegios y universidades. En China, esto ya nos una cruzada, es la realidad de sus niños. En Rusia, se usa IA hasta en las estaciones espaciales. Y en Colombia… bueno, aquí seguimos creyendo que el futuro es algo que se ve por televisión, como cuando el hombre llego a la luna, seguimos sentados viendo un portafolio de normas, más mediáticas que eficientes, de normas sin saber a ciencia cierta que resulte de ese sancocho valluno, pues la verdad es que las normas de la IA las ponen y pondrán los países desarrollados. Si no garantizamos que cada ciudadano pueda aprender a usar estas tecnologías, estaremos institucionalizando una nueva forma de exclusión: la exclusión algorítmica.
IA sin alma o alma sin IA: No se trata de tenerle miedo a la IA, como no se le tuvo miedo al alfabeto, a la imprenta, a la luz eléctrica, se trata de humanizarla. De enseñarla con ética, de usarla con compasión, de comprenderla con poesía. Porque una herramienta sin criterio puede ser un arma. Y un algoritmo sin corazón puede ser más peligroso que cualquier virus. La educación en IA no es solo para tecnólogos, es para escritores, funcionarios públicos, campesinos, madres cabeza de hogar, estudiantes de literatura, gerentes, recicladores, diseñadores, periodistas, es para todos. Si no lo entendemos así, estaremos cavando una nueva fosa: no entre clases sociales, sino entre humanos capaces y humanos obsoletos.
El derecho a la IA no es el derecho a “usarla”, es el derecho a entenderla, a opinar sobre ella, a cuestionarla, a construirla, a protegerse de sus abusos y a usarla para el bien personal y común.
Esto no se trata de que todos seamos programadores. Se trata de que nadie se quede sin saber cómo funciona el mundo que ya se está escribiendo con código. Pero, cuántos de los lectores pueden no haber no entendido la palabra código en este contexto… Mejor, dejémosla en que es un término de programación de sistemas computarizados para hacernos homogéneos a todos en estas líneas.
Porque el futuro, como la democracia, como la belleza, no puede estar reservado para unos pocos, el futuro se construye en este presente, porque la vida es ahora, porque el momento es hoy y porque todos somos parte de ese día.
Diego Gómez
@diegomezr
hola@thehumainhouse.com
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